Positivismo e impresionismo en la novela El tirano del prado

Positivismo e impresionismo en la novela El tirano del prado


Por Randolfo Ariostto Jiménez. (21/7/2025).

La novela histórica es un género que se resiste a desaparecer sin importar cuan lejos en el tiempo haya quedado el movimiento romántico o cuanto distemos de la primera mitad del siglo diecinueve, en vista de que, muchos de los impulsos románticos perviven hoy en día, sin disminuir el influjo de las vanguardias, del simbolismo o de las teorías críticas del siglo veinte, y es que el corazón del hombre aun esconde el ardor de los sentimientos libertarios, los postulados del positivismo y el romanticismo de los héroes encumbrados a patriarcas de naciones, afirmación que encuentra sentido en los diversos movimientos y marchas convocadas en los últimos años, en todo el mundo, para defender el medioambiente u otra causa de índole social.

Para (Viñas Piquer, 2002) “Ya en la segunda mitad del siglo XIX, la crítica literaria acusará claramente el influjo de uno de los grandes logros de la teoría romántica: la tendencia a adoptar en la investigación de los fenómenos literarios una perspectiva histórica”1. En adición, el autor defiende la pervivencia e importancia del historicismo literario al afirmar: “El historicismo romántico -que culmina en la dialéctica de Hegel- provocará un notorio interés por dedicar la crítica literaria, no sólo al examen y valoración de obras y de autores, sino también al conocimiento de la propia ciencia. De ahí que empiecen a realizarse importantes investigaciones acerca de la historia de la crítica literaria, llevadas a cabo por autores como Ferdinand Brunetiere (L'évolution de la critique depuis la Rénaissance jusqu'a nos jours), Gustave Lanson (La méthode de l'histoire littéraire) o Marcelino Menéndez Pelayo (Historia de las ideas estéticas en España)”. En ese tenor, la novela “El tirano del prado” de Leonel Martínez, como explica el autor, “más que la historia hecha novela, es la novela hecha de la historia. Una inquietante chispa que despierta en nuestro interior las ansias de conocer los detalles y secreto del pasado” (Martínez, 2025). Palabras refrendadas por su sagacidad al documentar a profundidad la trama, antes de emplear los recursos de la literariedad. En ese orden de ilación, el editor de la obra plantea que “El drama y la profundidad con que el autor narra hechos como el fusilamiento de María Trinidad Sánchez, Antonio Duvergé y Francisco del Rosario Sánchez eleva la historia a nivel de las grandes epopeyas. 

La ficción le permite a Leonel Martínez vislumbrar dos caras de una misma moneda” (Mesa, 2025). Ciertamente, la dialéctica entre historicidad y literariedad siempre se presenta oportuna para excavar en la apreciación aristotélica de “verosimilitud”, pero ojo, detrás del papel preponderante del lector, como responsable de adentrarse en la historia con conocimiento de causas, prima la pericia de un artista que muestra respeto tanto por los aspectos externos como por los elementos que desembocan en la catarsis. No cabe dudas de que en El tirano del prado encontramos un esteta a la par de enjundioso historiador, esmerado en la construcción de una experiencia estética tanto para el lector aventajado como para el iniciado: “La propia Micaela se puede equivocar: acostarse con Pedro, y levantarse con Santana; preguntarle algo al presidente General Santana y Pedro responderle con ternura y viceversa; pedirle algo con dulzura a Pedro y el General Santana contestarle con grosería”, (P. 206).

Volviendo al plano epistemológico de la novela histórica, (Viñas Piquer, 2002) referencia que “Puede decirse, en definitiva, que el ámbito de la crítica literaria se caracteriza, en la segunda mitad del siglo XIX, por la convivencia -no siempre pacífica- de una serie de métodos que conviene analizar por separado, aunque deban ser finalmente contemplados en conjunto para comprender bien qué dirección estaban tomando los estudios literarios durante aquella época. Estos métodos son: el biográfico, el histórico-positivista, basado en Auguste Conte, y el impresionista”. Traigo a colación la reflexión anterior para justificar sin peligro de errata los diferentes recursos detectados en esta obra: biográfico, histórico-positivista e impresionista, de la mano de un autor empecinado en la seriedad de su oficio y en confrontar la novela histórica a los postulados de la contemporaneidad, sin desmeritar la subjetividad del lenguaje poético. “Los plomos enemigos son hojas secas volando para los pendejos, las ignoran. Algunos miedosos siguen peleando con su cuerpo mortalmente agujereado o apuñaleado. Tienen la sangre hirviendo de patriotismo. La guerra del miedo se ha transformado en la batalla del valor. Las escenas no mienten lo afirmado”, (P. 144).

Martínez evidencia un afán perfeccionista en cuanto a estilo y cuidado de los datos históricos tamizado de un lenguaje a veces positivistas, en ocasiones naturalista, pero siempre poético. Al respecto “Cortázar cree que incluso en Poe, e incluso en El cuervo, ese dominio de la técnica es sólo una cuestión auxiliar al servicio de lo que resulta verdaderamente esencial en toda poesía: comunicar unos sentimientos (1987: 30). Esté o no en lo cierto Cortázar, lo que resulta evidente es que no es precisamente esta idea de claros vestigios románticos lo que defiende Poe en The Philosophy of Composition, sino justamente una idea contraria, la del dominio de la inteligencia sobre la pasión en el proceso creativo”. Esta aseveración conecta con el modo en que se identifica la dimensión poética con la dimensión científica, tomando en cuenta qué aspecto toma control de la novela, de ahí que Leonel Martínez mantenga un marcado acento positivista aunado al influjo impresionista. El párrafo siguiente corrobora su habilidad para utilizar los aspectos históricos como favorables a la experiencia estética: “Ganarle una batalla al mar es la más ardua de las contiendas. Al extremo que, existen pocos generales vencedores contra las aguas impetuosas de un mar tormentoso. La primera batalla la tendrá que ganar Sánchez, en contra del océano”, (P. 271).

Se puede afirmar que El tirano del prado es una novela histórica, a veces impresionista y, fundamentalmente, biográfica, recurso empleado por innumerables autores a partir del siglo dieciocho y contando. Tres aspectos destacan de manera particular en este estilo: el interés por dominar los aspectos biográficos para clarear la obra; la atinada presentación del carácter de los personajes históricos y los componentes sicológicos puestos al servicio de la creación artística: “Su mente es un laberinto de alucinaciones, en la que se ha perdido el sentido, la frontera entre lo real y lo imaginario. No se sabe si las pesadillas ocurren en el mundo material o si el mundo material ya es una pesadilla”, (P. 309). Concluye (Mesa, 2025) que: “…Pedro Santana, El tirano del prado, es una novela en la que se pone de relieve no solo un gran conocedor de la historia patria, sino también, a un narrador de fuste, que la crítica habrá de ponderar en su justa dimensión”.

Dejo a ustedes esta invitación a leer El tirano del prado, no solo como pretexto para disfrutar de una exquisita obra literaria dominicana, que lo es, sino para alimentar el intelecto de los analfabetos funcionales que de manera recurrente han intentado vindicar a personajes depravados de nuestra historia como Buenaventura Báez, Pedro Santana, Lilís y Trujillo, por citar unos cuantos. Qué buena oportunidad para crecer en mente y en espíritu patriótico.

1-Viñas Piquer, David “HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA”, 2002: Editorial Ariel, S. A. Provenlia, 260 - 08008 Barcelona.

Randolfo Ariostto Jiménez es poeta, narrador y ensayista; Embajador del Idioma Español de su País para el resto del Mundo por el Museo de la Palabra de España y la Fundación César Egido Serrata, Record Guinness de Lectura y profesor de escritura creativa.