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Redes y Circo: La verdad tras la Casa de Alofoke |
Por Farhina Sánchez Mariñez
Los romanos tuvieron el Coliseo, nosotros tenemos la Casa de Alofoke. Dos lugares. Dos épocas completamente distintas, pero con un mismo objetivo: mantenernos entretenidos, distraídos, atrapados en un espectáculo que va mucho más allá de lo evidente.
Tranquilos, aquí no hubo sangre (al menos que yo me haya perdido algún capítulo extremo), pero la batalla sí que estuvo reñida desde el principio. Diez celebridades e influencers, encerrados en un apartamento durante 31 días, con cámaras encendidas las 24 horas y la transmisión en vivo a través de YouTube. Pan y circo versión streaming.
El furor no se hizo esperar. Las visualizaciones llegaron a la astronómica cifra de 328 millones 405 mil 845. Sí, leyó bien: millones. Y aunque usted puede estar de acuerdo o no con la propuesta, esa parte es respetable: lograr semejante alcance en un país donde la atención dura menos que un “story” es, sin dudas, un triunfo mediático. Sin embargo, lo que parece una simple estrategia de entretenimiento encierra un trasfondo más complejo: la repetición de una táctica milenaria.
Los griegos y romanos lo entendían muy bien. Pan y circo: dar al pueblo lo suficiente para sobrevivir y mucho para distraerse. Coliseos repletos de gladiadores jugándose la vida mientras el público aplaudía, celebraba y olvidaba sus carencias. Hoy no tenemos leones ni espadas, pero sí tenemos likes, memes, stories y reels.
La Casa de Alofoke se convirtió en nuestro coliseo digital. Un escenario donde cada quien proyecta lo suyo: juicios, deseos, frustraciones, aspiraciones. No importa tanto el metraje del inmueble ni la decoración del apartamento; lo que importa es la narrativa colectiva que levantamos alrededor: el lujo ostentoso, la crítica social, la burla o la admiración desmedida.
Mientras tanto, la conversación pública se vuelca sobre metros cuadrados, muebles importados y supuestas contradicciones, mientras las batallas verdaderamente urgentes –desigualdad, corrupción, falta de oportunidades– se pierden en el fondo del feed. Exactamente como en Roma: masas entretenidas, problemas intactos.
Y aquí está la diferencia sutil. El Coliseo romano fue diseñado para callar, para anestesiar, para mantener a la multitud dócil. Las redes, en cambio, pueden ser arena y altavoz. Pueden adormecernos… o pueden amplificarnos. Todo depende de cómo decidamos usarlas.
La Casa de Alofoke no es solo un reality: es un espejo. Refleja lo que consumimos, lo que valoramos, lo que pasamos por alto. Nos enfrenta a esa eterna pregunta de si queremos seguir aplaudiendo gladiadores digitales mientras el país se incendia afuera, o si estamos listos para transformar el circo en espacio de debate, conciencia y creación colectiva.
Al final, la historia se repite: la arena sigue llena, el público sigue gritando, y los gladiadores –con micrófonos en lugar de espadas– siguen peleando por nuestra atención. La pregunta es si seguimos siendo espectadores, o si algún día nos atrevemos a bajar de las gradas.