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Ensayo a “Canta la piedra desnuda vestida de silencio” de Marlin Francelis Estévez Báez |
Por Randolfo Ariostto Jiménez
Sabaneta, Santiago Rodríguez; 17 de enero del 2025.
Me acerco al poemario “Canta la piedra desnuda vestida de silencio” de Marlin Francelis Estévez Báez, (Sabaneta, Santiago Rodríguez; 28 de febrero de 2008) con mesura de catador; la mente y el paladar desembarazados de sabores previos, y es que el poema prefiero sorberlo con los ojos cerrados, a la caza de aromas, reminiscencias; en pos del busilis de la creación, del demiurgo anquilosado en la imagen, la madera del esteta, su raigambre literaria, ingredientes plausibles para moldear el pensamiento y la imagen en favor de eufemismos o pantagruélicas quimeras que realcen el verso.
Poniendo en reposo estéticas y recursos del lenguaje, vertebran a “Canta la piedra…” una amalgama de escuelas filosóficas y literarias que van del existencialismo al simbolismo, sin soslayar veneros líricos o vanguardismos, obra formal que denuncia a una lectora recurrente, bebedora de clásicos atemporales y bardos de nuevo cuño: “La carretera/sin rumbo fijo/sin final extendido deja su desenlace en la quinta avenida/con nombre Epílogo./Mil costillas rotas en el eclipse/que conducen melodías./Veinticinco y un cuarto de palabras dichas/y jardines sin sentido./Por aquellos que se embriagan desde las almas/cosechado por soplos de frutos prohibidos./Que la sombra/sea su única vestimenta que tenga huecos” (Pág. 50). Y otra vez: “…Sumerjo mi cuerpo agobiada en pensamientos suspirando en la incógnita que asfixia memorias/en la oscuridad./¿Por qué esta luz es la sombra/de la soledad que me arropa?” (Pág.39).
Estas sombras, sus fantasmas de luces y claroscuros de voces silentes, es un tema que ha ocupado con acierto a poetas como el dominicano Andrés Acevedo. (Santiago de los Caballeros, 18 de septiembre del año 1964) y desde siempre en el ámbito de la pintura han aportado volumen, atmósfera y profundidad. En la poética de Estévez como en Acevedo, las sombras emergen en personaje tangible, augurio, atmósfera de un silencio que cobra corporeidad. Un volumen de sombras donde la soledad haya refugio.
La muerte, epitelial en el poemario, es otro tema que apasiona a no pocos pensadores establecidos. Para Pierre Teilhard de Chardin (Orcines, 1 de mayo de 1881-Nueva York, 10 de abril de 1955) “La muerte es nuestra compañera más fiel, la única que nunca nos abandona puesto que puede sobrevenir en cualquier momento. Rechazar la muerte, dice, es negarse a vivir…” Para Martin Heidegger, (Messkirch, 26 de septiembre de 1889-Friburgo, 26 de mayo de 1976) “La muerte es la culminación de la libertad y la autenticidad y confronta al ser humano con su propia individualidad”. A su vez, Edgar Morín, (París, 8 de julio de 1921) considera que “la muerte es un resumen de las disminuciones que sufre un ser corporal, tanto bruscas como graduales, una debilidad incurable de los seres corporales”. También, Émile Cioran (Rășinari, 8 de abril de 1911-París, 20 de junio de 1995) escritor y filósofo poseedor de una obra aforística, tendida entre Diógenes de Sinope, el Cínico, y Epicuro de Samos, cuya filosofía sorprendió el siglo XX por su afinidad con los helénicos, de tilde atormentada y sentimientos intensos, a veces violentos, profundizaba en la muerte y el sufrimiento presente en “Canta la piedra…”: Querías que te llamara uno./Aquellos huesos poseídos/que en un instante de lluvia/temen morir.(Pág. 24), ¡Roja violencia/del cuerpo ausente! Hazte dueña de mi/alma y en los huecos negros destrúyeme/ hasta temer por las cenizas muertas de/ una muñeca que vive.(Pág. 26) y otra vez “…la angustia es sangre en mis huesos./Y la sangre no tiene tiempo/para cambiar lo irracional. (Pág. 27). Notarán que estos filósofos permean cual arroyo el pensamiento de Estévez: “Dentro de poco tiempo/morirán mis manos hechizadas/para completar la muerte/en mi muerte”. (Pág.29) y: “Miras el alba/que alumbra mi memoria./Con pasos incesantes buscas y rebuscas/la demente/de polvillo en sangre./¡Oh muñeca que cantas las olas del silencio!/Acepto mi desnuda hora en esta ceremonia” dando al traste con la constante milenaria de las poetas en ciernes productoras de poemas melómanos y sentimentaloides.
Y es que, sin ese punto quiditivo, tangencial en la poesía, marcado por la profundidad de las ideas, solo sufriríamos entelequias de poemas. En contraposición, la madurez expresiva de Estévez, su hilvanación consciente de imágenes que se suceden cual cascada en calma, no pueden menos que apabullar de vitalidad al lector: “¿Quién eres y por qué te escondes?/Preguntó una ligera voz dormida/en el pedestal celeste de la reciedumbre del silencio./Estás recostado en mi sillón. Insinuó…/Eres relámpago. Temes ser atrapado./Cada noche puedo verte en el hueco del silencio. Con gestos amargos intentas decirme algo./No debo temer… Al final, solo eres fantasma griseado que te escabulles/en mis noches blancas dejando el sabor amargo del escepticismo” (Pág.42). Desfila, además, en su poesía, un uso idóneo de elementos retóricos como el adjetivo, la sustantivación y la animación que tampoco solemos encontrar en otros vates impúberes: “Véase carne al cuerpo una carne/un nombre/un nombre que es uno./Véase la voz/en horas muertas temblando por su amada./Véase las almas olvidadas con sabor a carne/con elocuente voz./Sus miradas hechas cenizas./Véase a los muertos aquellos que sonríen/tras sus máscaras opacas./Véase al viento/las cenizas no escuchadas” (Pág. 45).
Ahora huelga referirme a ese silencio latente en la obra, pero, de dónde viene ese silencio acusado de desnudez. El silencio ya ha sido abordado por Pitágoras quien lo ve como, “el comienzo de la sabiduría”. De su lado, los estoicos: “recomendaban la práctica del silencio para fortalecer el carácter y la sapiencia”. Por otra parte, Ludwig Josef Johann Wittgenstein (Viena, 26 de abril de 1889-Cambridge, 29 de abril de 1951), afirmaba que “…hay que callar sobre lo que vale la pena, para no desgastarlo con palabras”. Y vuelvo a Heidegger quien consideraba que “el silencio es una actitud que invita a la paciencia y al análisis reflexivo”. En suelo dominicano encontramos la “Filosofía del silencio” en nuestro querido filósofo y poeta Alejandro Arvelo para quien: “la soledad y el silencio son indispensables en la búsqueda de certezas y la claridad del pensamiento”, percibiéndolo, además “como un acto de nobleza”; premisas presentes en los siguientes versos de Marlin Estévez, “¡Oh muñeca que cantas las olas del silencio!/Acepto mi desnuda hora en esta ceremonia” (Pág.30). y otra vez en “Evoco muelles/en la ciudad desierta para que en todos lados lluevan mis palabras./Y estas melodías reciban el rostro de su sombra” (Pág.33).
En torno a la estética del poemario, tanto en su versainografía como en su poética, sin detenerme en su estructura ósea, prima un flujo consciente del ritmo/sentido. Según la poética de Henri Meschonnic, (París, 18 de septiembre de 1932; 8 de abril de 2009) el ritmo organiza el movimiento del habla en la escritura, redefiniéndolo para la poesía y la literatura, en oposición a la tradición platónica y métrica; “…Propone un nuevo concepto para explicar la actividad significante. Una organización subjetiva de la historicidad relacionada con el cuerpo y la voz y una crítica del sentido, implicando una transformación de los conceptos y mostrando que no hay teoría del sujeto sin teoría del lenguaje”; “Article fait par: Pascal Michon , «Una breve historia de la teoría del ritmo desde los años 70», Revista Rhuthmos, 11 de febrero de 2019.
“En canta la piedra…”, tanto el ritmo como su política, percibida esta como los elementos culturales y filosóficos del texto, muestran una uniformidad y cadencia sorprendente, por la manera en que los distintos temas permean ese “Yo y mi circunstancia” de la poeta, al buen estilo de Ortega y Gasset (Madrid, 9 de mayo de 1883-18 de octubre de 1955). Sus imágenes, la idoneidad de sus antítesis y la escasa ocurrencia de paralelismos son, a lo sumo, inauditas en poetas bisoños. Y aquí viene a mi memoria una poeta robusta y reciente, fallecida a destiempo: Rosa Elina Rivas Díaz, de Mao, Valverde; que sorprendió las hespérides literarias con una fuerza expresiva no vista en algunos poetas más añejos. Pero veamos estos versos de Marlin: “Las olas no necesitan el azul del cielo para refrescar sus pasos/y, el cuervo no implora atención cuando descansa en el ventanal./Volcándome en la pasión en cuanto Soledad Errada/hablaba a través de oleajes./¡Rosa blanca vuela/como mariposa ensangrentada!” (Pág.40).
Culmino este análisis con la certidumbre de haber afrontado un maremágnum de sensaciones, no solo por sus temas aireados de frescura e impecable poiesis, sino por el ritmo y cadencia, tal profundidad y recursos que no podemos sino anonadarnos al degustar el arte de las letras de la mano de una poeta que no defrauda. Para muestra los versos con los que cierro mi apreciación. “…la sangre transforma/los astros del globo ocular/y se convierte en espectadora de la fuente herida./Soy pájaro/a medianoche/sin miedo/trepo el silencio que crece/bajo la libertad de la palabra oculta”. (Pág.70).
Randolfo Ariostto Jiménez es poeta, narrador y ensayista, Record Guinness de Lectura Continuada en Voz Alta.